jueves, 8 de noviembre de 2012

El lapicida de los ojos morados

Me han fascinado los grandes poetas y escritores dominicanos, pero de todos, de toda la maravilla que suele aparecer--vieja y nueva--tengo especial predilección por Pedro Mir, Poeta Nacional. Brillante y bondadoso como era, a Mir la PUCMM le encomendo una investigación sobre semántica y el informe final fue este maravilloso libro que titulo "El lapicida de los ojos morados". Creanme no se porque los ojos eran morados, pero si porque fue "lapicida". Aqui les dejo un fragmento del libro.

"Un transeúnte que atravesaba el calcinante mediodía de un día cualquiera del último verano, quedó sorprendido al descubrir, tirado en la calle, de cara al sol y con los ojos abiertos, a un colegial de unos 15 años de edad. En verdad, la cosa no era como para sobresaltar a nadie. Un muchacho en el suelo, como una pluma en el aire. es cosa que a nadie le quita el sueño. Pues, si hay algo reconfortante en este mundo es ver rodar a un muchacho por esa pendiente que. desde la cumbre del mediodía, desciende suavemente hacia la tarde para verlo caer al fin. Rendido de cansancio, en los brazos de la noche. Por eso el transeúnte pudo relojear desdeñosamente en toda dirección sin mayor interés en fijar la mirada, hasta descubrir súbitamente que el muchacho nadaba en un charco de sangre. Se lanzó a prestarle socorro, sólo para descubrir una cosa peor: que ya era cadáver. Y que se trataba, no de un percance vulgar y callejero, sino de algo todavía mucho peor: de un horrendo crimen. Por encima de todo. lo que resultaba más crispante y aterrador es que ocurriera en nuestra época, en nuestro país. en plena calle y en pleno mediodía de un día cualquiera del último verano... Cundió la alarma. Corrió la gente. Las autoridades hicieron acto de presencia. El médico legista, tras cuidadoso examen, encontró debajo de la oreja una heridita, posiblemente producida por un arma muy sofisticada, quizás un bisturí. Pero el tal bisturí no apareció en ninguna parte. Tampoco se presentó ningún testigo ni pudo tenerse por tal a un chiquillo de unos ocho años de edad llamado PALOMO (porque así suelen llamar a cualquier chiquillo de su edad), probablemente condiscípulo de la víctima que contemplaba como ido el desenvolvimiento de las cosas y hacía pensar que había presenciado el suceso. Pero resultó de todo punto imposible sacarle media palabra (que en todo caso habría tenido poco peso tratándose de una criatura tan tierna). A pesar de eso, el chiquillo no solo resultó el único testigo presencial sino sobre todo el mejor que pudiera imaginarse. No solo porque fuera el único, sino porque contra todo lo que fuera posible imaginar y creer, nadie más que él fue el hiperbólico, extraterrestre, ultranacional y supersolitario autor de aquel horrendo crimen... Desde luego, ponderando más delicadamente las cosas no se debería calificar aquella acción de horrendo crimen, sino de hermosa hazaña, porque lo era en no pequeño grado y medida, ya que tratándose solo de un niño. hay que ver lo que significa abatir a un adversario que le dobla en edad. en habilidad y corpulencia, sin más arma que la mitad de un lápiz, y sí no tan sanguinaria, sin duda mejor esgrimida que la del más famoso torero... La historia amerita contarse de nuevo porque ha producido enorme revuelo entre las personas que la han oído. Sucede que PALOMO tenía unos ojos inverosímiles. Ni azules ni rojos sino morados. Pero ¿sería posible? Pues sí. lo era. Se trataba probablemente de un capricho genético no fácil de explicar. Bien pudo suceder que la sangre azul de un marinero noruego, se encontrara con la sangre roja de una ardiente criolla, y produjeran un relámpago en los vasos capilares de Palomo (lo que los biólogos denominan "caracteres recesivos" porque no aparecen en los progenitores)... También pudo suceder lo que llaman "antojo" si, durante la gestación, la ardiente criolla se aficionó más de lo debido al "caimito" o al "caimitillo", que son frutas moradas por dentro y fuera. Y quizás lo único que sucedió fue lo que dijo el informe pericial: un cambio de coloración en los tejidos, probablemente producido "por sucesivas y sistemáticas alteraciones del esquema rítmico de la alimentación" (desayuno, almuerzo y cena). ¡Quién sabe!... Pero, sea como fuere, a Palomo no le eran imputables las aventuras y desventuras de su cadena genética. Y por supuesto, nadie tenía derecho ni calidad para pedirle cuentas del color de sus ojos y menos para infligirle castigo, sólo porque no fueran de un color registrado en el código de las buenas costumbres. Así son las cosas, hay gentes a quienes las violaciones genéticas de ese venerable código les disparan automáticamente una serle de reacciones en cadena que no pueden resistir. La víctima era una de ellas. Y eso le llevó a la decisión de enmendar a puñetazo limpio esa grave aberración de la naturaleza. Y así lo hizo, la emprendió a golpes contra el violador. Pero ocurrió algo tan imprevisto como imprevisible. Cuando Palomo se encontraba en pleno fragor de la ceremonia punitiva y en consecuencia recibía una lluvia de puñetazos sobre su cabeza, oyó una voz encolerizada que gritaba con todas sus fuerzas: ¡DISPARA! ¡NO TE DETENGAS! y. claro. ¡ya hubiera querido él disparar sin detenerse! pero ¿cómo si el pobrecillo no tenía más arma que su carcomido lápiz escolar? (aunque, eso sí. bien apretado en el puño). Así que. sin pensarlo media vez. puso el dedo en el gatillo. cerró los ojos y ¡PUM! disparó... Increíblemente el tiempo resultó escaso para que su adversario hiciera una mueca de sorpresa mientras se iba de lado antes de caer en redondo. Y al fin se desplomó. Palomo quedó petrificado al abrir los ojos. acaso pensando cómo, sin afinar la puntería. pudo haber hecho blanco. A menos que. así como la voz le dio a él la orden de disparar, también se la hubiera dado al proyectil para
que diera exactamente donde debía dar como efectivamente sucedió. La punta del
lápiz, ya preparada como espuela de gallo para futuras peleas de lápices, trazó
en el aire su correspondiente parábola de tiro e hizo diana (con un error aproximado de una mil millonésima de milímetro) precisamente en el punto más crítico del
cuello de la víctima por donde en esos precisos instantes pasaba distraídamente
la arteria yugular, silbando alegremente como un tren... Desde luego, el torrente
de sangre que saltó del pinchazo bajó en cuestión de segundos el nivel de conciencia
de la victima, libró su alma de toda culpa, y así aligerada la despachó hacia
la eternidad, atravesando las rutas celestes de las antiguas guerras de las galaxias... Fue así como el gran Palomo consumó una hazaña que bien merecía un sitial a los pies de los dioses. Por mucho menos que eso, por haber limpiado los establos de Augias, y haberle cortado de un solo tajo las siete cabezas a la Gorgona, Hércules fue elevado a la categoría de semidiós, y colocado a los pies del dios de los dioses aunque esas hazañas pertenecen al reino de los mitos y no a la realidad. Y asimismo, aunque don Juan Montalvo. el gran escritor ecuatoriano, dijo una vez que había ejecutado con su pluma al dictador García Moreno ("!Mi pluma lo mató!") todo el mundo entiende que esa fue solo una expresión metafórica sin sustentación material. En cambio, la hazaña de Palomo tuvo lugar en el seno de la realidad inequívocamente más pura. Por eso cuanto se diga en estas páginas se dirige a su consagración, como el más ilustre, espectacular y heroico LAPICIDA de todos los tiempos... 2 Me gustas cuando callas porque estás como ausente... PABLO NERUDA. Desde luego, LAPICIDA no es, como parece derivarse de esta historia, la persona que mata con un lápiz. La palabra es rara. Cuando aparece en los buenos Diccionarios, designa a ciertas plantas nacidas en las grietas de las rocas.* Así se sacrifica la raíz CIDA del latín "caedere" que significa matar para favorecer a la otra raíz latna "lapis" (con s) que significa piedra. Si a pesar de ello le damos un sentido funeral es porque la asociamos a palabras como HOMICIDA (que mata a un hombre) GENOCIDA (que mata muchos) FRATRICIDA (que mata a hermanos) y SUICIDA (que después de tantas muertes, termina consigo mismo). Pero el sufijo CIDA no remite a la muerte verdadera sino a la literaria, a la de Juan Montalvo, que sólo mató retóricamente. Los latinos, ^que fueron los padres de esa palabra, llamaban LAPICIDAS a los obreros que se ocupaban en las canteras de grabar nombres o textos en mármol y otras piedras, como en lapicidas (que es palabra del mismo origen), y que por supuesto "mataban" las aristas de esas piedras. De modo que es por extensión
que eso de matar las piedras convierte a todo escritor en "lapicida". Y a Palomo
en el más heroico y soberbio de todos, por tratarse de un niño que para entonces
aprendía a escribir. Sólo que para llegar a una proclamación tan absoluta, habrá
que enfrentarse heroicamente a una teoría tan intolerante como aquella a la que
tuvo él que hacer frente, y que sostiene que el hombre no se constituye como hombre por otra facultad que no sea la de hablar en voz alta... Ese es un criterio sostenido por personajes tan autorizados como el profesor Bertil Malmberg,** autor de numerosas obras de lingüística, al argüir que hablar en voz alta (o en voz baja. pero sobre todo "hablar" en lugar de escribir) es lo que ha hecho del hombre un hombre. Textualmente apunta: "Decir Homo sapiens es decir Homo loquens", o sea, decir que el hombre es un animal racional (Homo sapiens) es decir que es un animal parlante (Homo loquens)... He ahí una doctrina devastadora. Nosotros la conocimos en la niñez cuando éramos apenas una parvada de "palomos" armados del respectivo lápiz carcomido. La amamantamos directamente, no del pecho sino de la voz de una joven maestra puertorriqueña llamada Margarita Arroyo de quien sólo nos quedó en el recuerdo su nombre primoroso y en la conciencia su doctrina devastadora. Explicaba ella y preparaba así unas remotas pero intensas discordancias, que el hombre es un "animal" (primera discordia) diferente de los otros porque posee el don de la palabra (segunda discordia). ¿Y el rabo? ¿No es una diferencia? ¿Y la cotorra? ¿No es una semejanza? Eso de que los animales no hablan ¿No será porque les dan reglazos? Estas preguntas permanecían ocultas porque nos obligaban a callar. Y por ahí comenzaron nuestras discordias con la doctrina. La mitológica Margarita Arroyo se disolvió en el tiempo y nos dejó en el alma sólo un arroyo de margaritas... Pero aquella doctrina nunca se disipó del todo. Llegamos a saber que era griega (Aristóteles), y que documentaba más de 2 mil 500 años de competente militancia. Desde luego, no era una doctrina científica. En esa época toda sabiduría era "amor a la sabiduría" (Filosofía), y obviamente todo sabio era un "amador" ("amateur", según los franceses). No existían ni siquiera vestigios de la ciencia, que sólo nació en el siglo XVII con Bacon. Sin embargo, la doctrina del "animal parlante", como suele llamársele, resistió el progreso científico. siglo tras siglo, todo el tiempo que permaneció ignorado o preterido el conocimiento de la comunicación humana (y animal) de mensajes, sin cuyo conocimiento no sería posible el tratamiento científico del problema. Y lo primero debía ser la determinación rigurosa de eso que se tiene como "don de la palabra" y que se refiere a la palabra hablada, con absoluto menosprecio de la palabra escrita y otras palabras, además de la palabra pensada. En suma. qué se entiende o debe entenderse pura y simplemente por palabra..."