sábado, 2 de febrero de 2013

MIS FAVORITOS: Mario Melendez Mena


Era difícil seguirle los pasos. Su hiperquinia—sinónimo de hiperquinesia que quiere decir abundancia y vehemencia en el comportamiento—era   proverbial, no había manera de entender como podía tener, en un mismo día, en una misma mañana, procesos judiciales en la Primera Cámara Penal, en la Segunda Cámara, en la Corte de Apelación y luego ir a su oficina y preparar uno o dos contratos y tratar con clientes, abogados, funcionarios y todo aquel que le saludara "Adiós Mario" y encima terminar tan fresco como  una hoja de lechuga. Mario Manuel del Pilar Meléndez Mena, o como todo el mundo lo conocía: Mario Meléndez, era todo un personaje.

No tenia agenda y recordada esa carga de procesos judiciales que constituía su día a día, sus secretarios—no recuerdo que tuviera secretaria—eran meros acompañantes pues el se encargaba personalmente de archivar sus documentos y buscarlos cuando fuera necesario, su organización mental le permitía saber donde estaba cada cosa y no perderlo a   pesar de que para otros los archivos pudieran ser una maza informe de papeles, folder y contratos.

Era un abogado de un febril ejercicio, eminentemente práctico y que basaba su trabajo en la tesis de “resolver el conflicto”, nunca en mis años junto a el, en el tiempo que lo conocí y lo trate, vi a Mario siendo piedra de discordia o muro de contención para llegar a un acuerdo que zanjara las diferencias y resolviera de plano el problema. Sus discursos forenses eran cortos y eminentemente llanos, en un lenguaje nada complicado a pesar de ser técnico y conocedor de su profesión, a los jueces les encantaba porque no le ponías a perder tiempo, iba a lo concreto y concluía un asunto en tiempo record para poder cumplir los compromisos del día.

Era obsesivo sin ser pernicioso, pues su obsesión se concretaba a una frase, un gesto que constituía una especie de tips nerviosos que a fuerza de repetirlo se convertía en expresión que le identificaba: “Que me coma el tíguere” o si no esta  otra: “Hola soledad” ambas expresiones, parte del estribillo de canciones de moda que probablemente fueran de su agrado. Era hombre extremadamente amistoso, dichachero, solidario, pero sobre todo, humano. A veces, en medio de la conversación lanzaba una ironía producto de los chismes, dimes y diretes propios del Palacio de Justicia de San Francisco de Macorís, miraba en perspectiva su dedo índice de la mano derecha y decía un “que me coma el tíguere” y arrancaba raudo a caminar por el pasillo con el consabido séquito que le seguía intentado  averiguar que habrá querido decir Mario.

Cuando le conocí, fue en calidad de profesor de la Universidad Nordestana. Mario después de graduarse de abogado en la Uasd, viajo a España a hacer un post-grado en política, era en esta ciudad, sin lugar a dudas la persona mas idónea para impartir esa materia. Eran proverbiales las conversaciones, aquellas que llegaban a discusiones sobre temas diversos, entre Mario Meléndez y  Teódulo Genao Frías (otro favorito) acompañado de Ezequiel Gonzáles que a veces metía la cuchara para azuzar el fuego. En una ocasión el Dr. Meléndez Mena, dentro de su obsesión por las cosas que le gustaban, manifestaba, con esa vehemencia que le era característica, que el agua de Noná—riachuelo que surca la comunidad de Hatillo en San Francisco de Macorís, donde él tenia una propiedad—le encantaba a las vaca porque ser salobre, Teódulo que le escuchaba atentamente le especto de manera genial “Mario pero no seas tu pendejo, haz un acueducto para vaca” Mario se levanto de su asiento evidentemente contrariado y le respondió “Que vaina la tuya, contigo no se puede hablar serio”.

Hablaba continuamente de aquellas cosas que amaba: De sus viajes por diferentes puntos del país con Belkis su compañera, quien significó un alto al fuego en la batalla que hasta ese momento había sido su vida. Con el nacimiento de Mariela, a quien inmediatamente bautizo como  “la princesa de Noná” de Mario,  su hijo varón (conocido en los círculos francomacorisanos como Mario el Fuerte), esos periplo por su vida hogareña que fueron siempre introitos de sus clases retrataban a Mario Meléndez como lo que era: un hombre sencillo que vivía una vida sencilla y amaba esa vida.

Su paso por la Fiscalía de San Francisco de Macorís fue un hito en la historia jurídica de esta ciudad, creo sin lugar a equivocarme que ha sido, hoy por hoy, el Fiscal mas conocido de todos cuantos ha tenido la Provincia Duarte, quizás no sea hiperbólico decir que para esta ciudad, durante un largo tiempo Mario Meléndez era sinónimo de Fiscal. Josefa Mejía de Frett amiga incondicional y su secretaria durante ese período, tiene unas alforjas llena de anécdotas de Mario. Se extasía contando que los lunes cuando llegaba utilizaba para apaciguar la resaca del fin de semana, un envase reciclado de mantequilla “Amapola” que, lleno de “frio-frio” (hielo frapé con sirope de diversos sabores, que era una bebida muy común en nuestro país) permitía realizar la labor del día.

Nunca se complicó la vida en esas funciones, hacia lo que debía hacer y la ley le mandaba, pero no era óbice para que aconsejara a los familiares del acusado como salir de la mejor manera del problema, es decir que hacia una labor de profilaxis social mas que de persecutor implacable. Era un maestro de las soluciones sencillas, rápidas y practicas, en su psiquis anidaba esa famosa expresión de los norteamericanos: “The practice make the master” lo digo porque definitivamente Mario Meléndez era un maestro hecho en la practica, en el día a día y definitivamente si así no fuera, no estuviese yo embardunando estas cuartillas colocándome bajo su evocación. Hizo muchos favores en esa posición, nunca fue altanero, petulante ni se creyó la gran cosa por el hecho de ser fiscal, eso le permitió, una vez salido de la función, tener una enorme legión de clientes y poder vivir la vida sencilla que llevo sin temores y sin verse obligado a cuidados excesivos.

Admiraba a Balaguer con  una admiración que rallaba en la idolatría, lo que le permitía comprender que para Balaguer nunca habían cuatros de finales ni peores condiciones, por eso confiaba plenamente en que volvería y volvería cada vez que se lo propusiera. En la política Mario Meléndez era un analista tan practico como en el derecho, con la sola excepción de que su admiración por el líder reformista le provocaban fallas en sus consideraciones. Muchas veces se equivoco, pero nunca abandono su entorno.


Los últimos años de su vida fueron difíciles, minada su salud por la diabetes que mermó su calidad de vida, tanto que abandono cosas como visitar a Fefa todas las tardes lo cual hizo como religión durante muchos años, la muerte llego cuando la diálisis se hacían cada vez mas seguida y su corazón no lo soportó mas. Cuando me dieron la noticia sentí un gran pesar, siempre tuve un gran cariño por Mario lo cual se acrecentó en la época en que, como secretario de Ezequiel González con quien compartía oficina, hacia trabajos secretariales esporádicos para él.

Hoy día el proceso penal es mas practico, sencillo y tiende a descomplicar un sistema que ante tuvo grandes rutinas, oradores forenses de largos discursos de frases rebuscadas e hiperbólicas y cuando analizo eso me parece que Mario Meléndez, de una u otra manera se adelanto a esta época. Cuando recorro los pasillos del Palacio de Justicia a veces me ha parecido escuchar la frase insignia de Mario: “Hola Soledad”.