Era difícil seguirle los pasos. Su hiperquinia—sinónimo
de hiperquinesia que quiere decir abundancia y vehemencia en el
comportamiento—era proverbial, no había manera de entender como
podía tener, en un mismo día, en una misma mañana, procesos judiciales en la
Primera Cámara Penal, en la Segunda Cámara, en la Corte de Apelación y luego ir
a su oficina y preparar uno o dos contratos y tratar con clientes, abogados,
funcionarios y todo aquel que le saludara "Adiós Mario" y encima
terminar tan fresco como una hoja de lechuga. Mario Manuel del Pilar Meléndez Mena, o como todo el mundo lo
conocía: Mario Meléndez, era todo un personaje.
No tenia agenda y recordada esa carga de
procesos judiciales que constituía su día a día, sus secretarios—no recuerdo
que tuviera secretaria—eran meros acompañantes pues el se encargaba
personalmente de archivar sus documentos y buscarlos cuando fuera necesario, su
organización mental le permitía saber donde estaba cada cosa y no perderlo
a pesar de que para otros los archivos
pudieran ser una maza informe de papeles, folder y contratos.
Era un abogado de un febril ejercicio,
eminentemente práctico y que basaba su trabajo en la tesis de “resolver el conflicto”, nunca en mis
años junto a el, en el tiempo que lo conocí y lo trate, vi a Mario siendo
piedra de discordia o muro de contención para llegar a un acuerdo que zanjara
las diferencias y resolviera de plano el problema. Sus discursos forenses eran
cortos y eminentemente llanos, en un lenguaje nada complicado a pesar de ser técnico
y conocedor de su profesión, a los jueces les encantaba porque no le ponías a
perder tiempo, iba a lo concreto y concluía un asunto en tiempo record para
poder cumplir los compromisos del día.
Era obsesivo sin ser pernicioso, pues su obsesión
se concretaba a una frase, un gesto que constituía una especie de tips nerviosos que a fuerza de repetirlo
se convertía en expresión que le identificaba: “Que me coma el tíguere” o si no esta otra: “Hola
soledad” ambas expresiones, parte del estribillo de canciones de moda que
probablemente fueran de su agrado. Era hombre extremadamente amistoso,
dichachero, solidario, pero sobre todo, humano. A veces, en medio de la
conversación lanzaba una ironía producto de los chismes, dimes y diretes
propios del Palacio de Justicia de San Francisco de Macorís, miraba en
perspectiva su dedo índice de la mano derecha y decía un “que me coma el tíguere” y arrancaba raudo a caminar por el pasillo
con el consabido séquito que le seguía intentado averiguar que habrá querido decir Mario.
Cuando le conocí, fue en calidad de profesor de
la Universidad Nordestana. Mario después de graduarse de abogado en la Uasd,
viajo a España a hacer un post-grado en política, era en esta ciudad, sin lugar
a dudas la persona mas idónea para impartir esa materia. Eran proverbiales las
conversaciones, aquellas que llegaban a discusiones sobre temas diversos, entre
Mario Meléndez y Teódulo Genao Frías
(otro favorito) acompañado de Ezequiel Gonzáles que a veces metía la cuchara para azuzar el fuego.
En una ocasión el Dr. Meléndez Mena, dentro de su obsesión por las cosas que le
gustaban, manifestaba, con esa vehemencia que le era característica, que el
agua de Noná—riachuelo que surca la
comunidad de Hatillo en San Francisco de Macorís, donde él tenia una
propiedad—le encantaba a las vaca porque ser salobre, Teódulo que le escuchaba
atentamente le especto de manera genial “Mario
pero no seas tu pendejo, haz un acueducto para vaca” Mario se levanto de su
asiento evidentemente contrariado y
le respondió “Que vaina la tuya, contigo
no se puede hablar serio”.
Hablaba continuamente de aquellas cosas que
amaba: De sus viajes por diferentes puntos del país con Belkis su compañera,
quien significó un alto al fuego en
la batalla que hasta ese momento había sido su vida. Con el nacimiento de
Mariela, a quien inmediatamente bautizo como
“la princesa de Noná” de Mario, su hijo varón (conocido en los círculos
francomacorisanos como Mario el Fuerte),
esos periplo por su vida hogareña que fueron siempre introitos de sus clases
retrataban a Mario Meléndez como lo que era: un hombre sencillo que vivía una
vida sencilla y amaba esa vida.
Su paso por la Fiscalía de San Francisco de
Macorís fue un hito en la historia jurídica de esta ciudad, creo sin lugar a
equivocarme que ha sido, hoy por hoy, el Fiscal mas conocido de todos cuantos
ha tenido la Provincia Duarte, quizás no sea hiperbólico decir que para esta
ciudad, durante un largo tiempo Mario Meléndez era sinónimo de Fiscal. Josefa Mejía de Frett amiga
incondicional y su secretaria durante ese período, tiene unas alforjas llena de
anécdotas de Mario. Se extasía contando que los lunes cuando llegaba utilizaba
para apaciguar la resaca del fin de semana, un envase reciclado de mantequilla
“Amapola” que, lleno de “frio-frio”
(hielo frapé con sirope de diversos sabores, que era una bebida muy común en
nuestro país) permitía realizar la labor del día.
Nunca se complicó la vida en esas funciones,
hacia lo que debía hacer y la ley le mandaba, pero no era óbice para que aconsejara
a los familiares del acusado como salir de la mejor manera del problema, es
decir que hacia una labor de profilaxis social mas que de persecutor
implacable. Era un maestro de las soluciones sencillas, rápidas y practicas, en
su psiquis anidaba esa famosa expresión de los norteamericanos: “The practice make the master” lo digo
porque definitivamente Mario Meléndez era un maestro hecho en la practica, en
el día a día y definitivamente si así no fuera, no estuviese yo embardunando
estas cuartillas colocándome bajo su evocación. Hizo muchos favores en esa
posición, nunca fue altanero, petulante ni se creyó la gran cosa por el hecho
de ser fiscal, eso le permitió, una vez salido de la función, tener una enorme
legión de clientes y poder vivir la vida sencilla que llevo sin temores y sin
verse obligado a cuidados excesivos.
Admiraba a Balaguer con una admiración que rallaba en la idolatría,
lo que le permitía comprender que para Balaguer nunca habían cuatros de finales ni peores
condiciones, por eso confiaba plenamente en que volvería y volvería cada vez
que se lo propusiera. En la política Mario Meléndez era un analista tan
practico como en el derecho, con la sola excepción de que su admiración por el
líder reformista le provocaban fallas en sus consideraciones. Muchas veces se
equivoco, pero nunca abandono su entorno.
Los últimos años de su vida fueron difíciles,
minada su salud por la diabetes que mermó su calidad de vida, tanto que
abandono cosas como visitar a Fefa todas las tardes lo cual hizo como religión
durante muchos años, la muerte llego cuando la diálisis se hacían cada vez mas
seguida y su corazón no lo soportó mas. Cuando me dieron la noticia sentí un
gran pesar, siempre tuve un gran cariño por Mario lo cual se acrecentó en la
época en que, como secretario de Ezequiel González con quien compartía oficina,
hacia trabajos secretariales esporádicos para él.
Hoy día el proceso penal es mas practico,
sencillo y tiende a descomplicar un sistema que ante tuvo grandes rutinas,
oradores forenses de largos discursos de frases rebuscadas e hiperbólicas y
cuando analizo eso me parece que Mario Meléndez, de una u otra manera se
adelanto a esta época. Cuando recorro los pasillos del Palacio de Justicia a
veces me ha parecido escuchar la frase insignia de Mario: “Hola Soledad”.
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