miércoles, 18 de mayo de 2016

De amigos, apodos y escuela secundaria, el bulling no es de ahora

Haciendo una gestión  bancaria me   encontré  con el hermano que la  vida me ha reglado Julio César Domínguez, recordábamos nuestro tiempo  en el colegio y comentábamos, a propósito del  “bulling”, que eso no es algo  nuevo, desde hace mucho tiempo estamos conociendo esa manera de ejercer una especie de violencia física o  psicológica, entre compañeros.
He gozado del privilegio de tener un grupo de compañeros de estudio, de los cuales me siento sumamente orgulloso. Cuando paso revista noto que todos, o casi todos, ostentan títulos universitarios y los que por  razones diversas no se graduaron de la universidad, son personalidades respetadas en el mundo comercial que eligieron: Julio César Domínguez, Diocles Rafael Vargas, Carlos Enrique Martínez(+), Rudy García, Martín Pantaleón, Juan José Fañas Bonilla, Leovigildo Grullón, Tomas Guillermo (+), Natividad Vélez, Mayra Mena, Debley Grullon, Raphy Pimentel, Emilio Conde, Robert Negrín, Ana Bello, Leslie Martin y su hermano Coy, Emilio Espinal… se me quedan nombres por supuesto pero es lógico, han pasado más de 40 años y a muchos de ellos no lo he vuelto a ver.
La secundaria la hice en el Colegio “San Miguel”, fundado por las hermanas Tata, Pura y Niní Polanco, maestras de toda una vida, formadoras de varias generaciones de jóvenes y creadoras de conciencia y valores, de una gran cantidad de personas que  son hoy profesionales,  padres, amigos y ejemplares ciudadanos. Le llamábamos la “Uatapo” lo que serían las siglas de “Universidad Autónoma Tata Polanco” era un simil gracioso con la UASD que por esos tiempos instalaba el Curne en esta ciudad, con grandes sacrificios y luchas. En el  colegio  no existía discriminación, por ello era posible encontrar a los hijos de familia de apellidos sonoros y que denotaban riquezas, con hijos de hogares de la clase media y media baja, en ese tiempo nadie reparaba en esas nimiedades y estupideces.
Recuerdo que todos teníamos apodos conseguido a la fragua de algún defecto físico, una expresión dicha equivocadamente o un gusto que pudiera resultar extravagante; quien cargó con más motes de todos nosotros fue el Chino Domínguez, a el le decíamos “frente de velorio sin gente”,  “chofer”, “boca negra” y “doctor brinco”, el ingeniero Rudy García se ganó el apodo de “el inventor” producto de una salsa de Johnny Pacheco que escuchábamos diariamente en  la tienda de discos “La Borinqueña” ubicada frente al Colegio y colocaban una bocina hacia la calle y que nunca fue denunciada por contaminación sónica, al contrario, tenerla a mis espaldas mientras me “emburujaba” con Baldor, aumentó mi acervo musical.
El apodo de Juan José Fañas era “leche e’mime”, la blancura de su tes era proverbial, a Coy le decíamos “el pájaro pelú” pues hacía gala de una melena a lo Elvis Presley,  Tomas Guillermo era “el ojú” y Emilio Espinal era “sebo tibio”. Uno de los apodos más graciosos fue con el que bautizamos a Debley Grullón, resulta que en una ocasión se presentó en el colegio informando a todos, con mucha vehemencia que una puerca que tenía había  parido 14 puerquitos y lo que para el era motivo de un aumento exponencial en sus arcas privadas, para nosotros fue la mejor manera de bautizarlo, a partir de ahí debió cargar con el apodo de “la puerca”.
Para explicar mi apodo, tengo necesariamente que hacer la historia de cómo me bautizaron con el mote de “pancho”. Resulta que una de las normas mas  estricta del Colegio San Miguel era el uniforme, cada dia debíamos ir ataviados con una camisa de cuadros muy pequeños rojos y  blancos y un pantalón color cakis, para ese tiempo cada estudiante tenía un uniforme, es decir que para tranquilidad de la doña que lavaba a puño, era necesario que el muchacho garantizara conservar limpio y sin rotura el único uniforme que tenía. Cada  viernes o sábados se lavaba y se planchaba el uniforme. Mi  familia tenía una amiga puertorriqueña que viajaba dos veces al año a visitarnos y se quedaba con nosotros un par de semanas: Doña Jenny. Mi hermano Guillermo y yo la esperamos con ansias pues sus alforjas venían llenas de regalos para todos y juguetes para nosotros, en una  ocasión en vez de juguetes me trajo un pantalón de cakis completamente estrecho en la parte de abajo, el clásico “tubito”, cuando aquí entre nosotros la moda era el pantalón “campana”. El estilo  cambiaba en Puerto Rico, pero aun no llegaba a nosotros.
Ese lunes, inicio de semana, por alguna razón que no alcanzo a recordar, no me pudieron lavar el pantalón y yo, para evitar una reprimenda—sobre todo de Pura Polanco que llamaba a uno con un “oye, papasito lindo…” y había que esperar el revencaso—decidí echarme encima mi tubito. Con precisión matemática, al hacer mi entrada al aula, el Chino, precisamente, con su espectacular vozarrón, me echo en cara “¿y ese pancho?” y a partir de ahí el resto es historia.
Lo más gracioso de todo fue que en un momento dado, se estableció la costumbre de que cuando entraba al aula todos a coro, imitando con la boca el sonido de la trompeta prima de la orquesta de Johnny Pacheco, en la  salsa “el negro panchón” que interpreta el Pete-Conde-Rodríguez, me gritaban “pa, ra,pa, pa, ra, panchón”. De mi cuerda inicial y la rabia que a principio me hacía sentir  esa situación, terminó gustándome el asunto pues me di cuenta que me  hizo un chico popular.
Talvez seamos mas sensibles en esta época, o quizas sea la tendencia a preservar los derechos de los menores,  hace que lo que en mi tiempo constituia un juego, hoy sea motivo de preocupacion de padres y academia. Lo cierto es que a cada momento recuerdo a mis compañeros de clases, sobre todo cuando a la sombra de un frondoso arbol escucho al Pete-Conde-Rodriguez diciendome en mi propia cara: Panchon!

No hay comentarios:

Publicar un comentario