Haciendo una gestión bancaria me
encontré con el hermano que
la vida me ha reglado Julio César Domínguez,
recordábamos nuestro tiempo en el
colegio y comentábamos, a propósito del “bulling”,
que eso no es algo nuevo, desde hace
mucho tiempo estamos conociendo esa manera de ejercer una especie de violencia
física o psicológica, entre compañeros.
He gozado del privilegio de tener un grupo de
compañeros de estudio, de los cuales me siento sumamente orgulloso. Cuando paso
revista noto que todos, o casi todos, ostentan títulos universitarios y los que
por razones diversas no se graduaron de
la universidad, son personalidades respetadas en el mundo comercial que
eligieron: Julio César Domínguez, Diocles Rafael Vargas, Carlos Enrique Martínez(+),
Rudy García, Martín Pantaleón, Juan José Fañas Bonilla, Leovigildo Grullón, Tomas
Guillermo (+), Natividad Vélez, Mayra Mena, Debley Grullon, Raphy Pimentel,
Emilio Conde, Robert Negrín, Ana Bello, Leslie Martin y su hermano Coy, Emilio
Espinal… se me quedan nombres por supuesto pero es lógico, han pasado más de 40
años y a muchos de ellos no lo he vuelto a ver.
La secundaria la hice en el Colegio “San Miguel”, fundado por las hermanas
Tata, Pura y Niní Polanco, maestras de toda una vida, formadoras de varias
generaciones de jóvenes y creadoras de conciencia y valores, de una gran
cantidad de personas que son hoy
profesionales, padres, amigos y
ejemplares ciudadanos. Le llamábamos la “Uatapo”
lo que serían las siglas de “Universidad Autónoma Tata Polanco” era un simil
gracioso con la UASD que por esos tiempos instalaba el Curne en esta ciudad, con
grandes sacrificios y luchas. En el
colegio no existía discriminación,
por ello era posible encontrar a los hijos de familia de apellidos sonoros y
que denotaban riquezas, con hijos de hogares de la clase media y media baja, en
ese tiempo nadie reparaba en esas nimiedades y estupideces.
Recuerdo que todos teníamos apodos conseguido a
la fragua de algún defecto físico, una expresión dicha equivocadamente o un
gusto que pudiera resultar extravagante; quien cargó con más motes de todos
nosotros fue el Chino Domínguez, a el le decíamos “frente de velorio sin
gente”, “chofer”, “boca negra” y “doctor
brinco”, el ingeniero Rudy García se ganó el apodo de “el inventor” producto de
una salsa de Johnny Pacheco que escuchábamos diariamente en la tienda de discos “La Borinqueña” ubicada
frente al Colegio y colocaban una bocina hacia la calle y que nunca fue
denunciada por contaminación sónica, al contrario, tenerla a mis espaldas
mientras me “emburujaba” con Baldor,
aumentó mi acervo musical.
El apodo de Juan José Fañas era “leche e’mime”,
la blancura de su tes era proverbial, a Coy le decíamos “el pájaro pelú” pues hacía
gala de una melena a lo Elvis Presley,
Tomas Guillermo era “el ojú” y Emilio Espinal era “sebo tibio”. Uno de
los apodos más graciosos fue con el que bautizamos a Debley Grullón, resulta
que en una ocasión se presentó en el colegio informando a todos, con mucha
vehemencia que una puerca que tenía había
parido 14 puerquitos y lo que para el era motivo de un aumento
exponencial en sus arcas privadas, para nosotros fue la mejor manera de
bautizarlo, a partir de ahí debió cargar con el apodo de “la puerca”.
Para explicar mi apodo, tengo necesariamente que
hacer la historia de cómo me bautizaron con el mote de “pancho”. Resulta que
una de las normas mas estricta del
Colegio San Miguel era el uniforme, cada dia debíamos ir ataviados con una
camisa de cuadros muy pequeños rojos y
blancos y un pantalón color cakis, para ese tiempo cada estudiante tenía
un uniforme, es decir que para tranquilidad de la doña que lavaba a puño, era
necesario que el muchacho garantizara conservar limpio y sin rotura el único
uniforme que tenía. Cada viernes o
sábados se lavaba y se planchaba el uniforme. Mi familia tenía una amiga puertorriqueña que
viajaba dos veces al año a visitarnos y se quedaba con nosotros un par de
semanas: Doña Jenny. Mi hermano Guillermo y yo la esperamos con ansias pues sus
alforjas venían llenas de regalos para todos y juguetes para nosotros, en
una ocasión en vez de juguetes me trajo
un pantalón de cakis completamente estrecho en la parte de abajo, el clásico “tubito”,
cuando aquí entre nosotros la moda era el pantalón “campana”. El estilo cambiaba en Puerto Rico, pero aun no llegaba
a nosotros.
Ese lunes, inicio de semana, por alguna razón
que no alcanzo a recordar, no me pudieron lavar el pantalón y yo, para evitar
una reprimenda—sobre todo de Pura Polanco que llamaba a uno con un “oye,
papasito lindo…” y había que esperar el revencaso—decidí echarme encima mi
tubito. Con precisión matemática, al hacer mi entrada al aula, el Chino,
precisamente, con su espectacular vozarrón, me echo en cara “¿y ese pancho?” y
a partir de ahí el resto es historia.
Lo más gracioso de todo fue que en un momento
dado, se estableció la costumbre de que cuando entraba al aula todos a coro,
imitando con la boca el sonido de la trompeta prima de la orquesta de Johnny
Pacheco, en la salsa “el negro panchón”
que interpreta el Pete-Conde-Rodríguez, me gritaban “pa, ra,pa, pa, ra, panchón”.
De mi cuerda inicial y la rabia que a principio me hacía sentir esa situación, terminó gustándome el asunto
pues me di cuenta que me hizo un chico
popular.
Talvez seamos mas sensibles en esta época, o
quizas sea la tendencia a preservar los derechos de los menores, hace que lo que en mi tiempo constituia un
juego, hoy sea motivo de preocupacion de padres y academia. Lo cierto es que a
cada momento recuerdo a mis compañeros de clases, sobre todo cuando a la sombra
de un frondoso arbol escucho al Pete-Conde-Rodriguez diciendome en mi propia
cara: Panchon!