En 1983 egresé de las aulas universitarias, luego de terminar mi carrera no en la UASD como hubiera sido mi deseo, sino en la Universidad Nordestana que aún no tenía la denominación de católica, pero antes ya había probado el trabajo de Fiscal, ocurre que en el año 1982, en el segundo período del PRD, quien había sido mi profesor de Derecho Constitucional el Dr. José Florentino Sánchez (QEPD) asumió las funciones de Procurador General de la Corte de Apelación y un buen día me llamó a su despacho en el Palacio de Justicia y me dijo que había que cambiar el Fiscalizador de Castillo que si yo estaba dispuesto a asumir esa posición interinamente –para la época constitucionalmente se permitía nombrar un fiscalizador no abogado en un municipio que no fuera cabecera de provincia—imagínense ustedes, mi respuesta fue positiva e inmediatamente me designo por auto.
Para mí, que mis raíces familiares por parte de madre estaban allí fue placentero y muy grato aquello, pero más aún por el hecho de sentirse uno jefe, me engancharon un viejo revolver enriquillo calibre 38, de los llamados “pata e´mulo” que cuando tenía suerte y lograba dispararlo era necesario hundirlo en un balde de agua para que enfriara, aquello era sumamente cómico pero, como ustedes comprenderán, me limitaba la capacidad de fuego, estando en Castillo como Fiscalizador, se presentó una vacante en Arenoso y hasta allí fui a parar con mis huesos y mi “pata e´mulo”.
Permanecí un año renunciando luego para dedicarme al ejerció después de recibirme definitivamente de abogado.
La experiencia de Arenoso fue aleccionadora, fue allí que comencé a desarrollar mi sentido de la persecución y la investigación y comprobé en el campo de la experiencia que yo era un persecutor, o sea, allí me di cuenta que yo era Fiscal. Las anécdotas y los momentos de tensión fueron muchos, lo primero es que yo sustituía a un señor que era un dirigente político Cirilo Frías y este el día que fui a tomar posesión me armó una turba que no dejo que yo asumiera la posición hasta que el impasse lo resolvió el Procurador de la Corte políticamente también.
El Juez de Paz con que trabaje era Francisco Mezcaín, quien además de Juez era constructor y vendedor de tanques de melaza, o sea que cuando en el lugar se instalaba un tanque para melaza, no había actividad judicial en Arenoso. Recuerdo que cuando el “magistrado” Juez tenía apuros por ir a llevar un tanque a otro pueblo o instalarlo llegaba diciéndome “me tengo que ir, búsqueme los expedientes que los vamos a condenar aquí mismo”; algunas veces debía enfrentarme con grupos que protestaban por una multa que para ellos resultaba excesiva, recuerdo que un joven, menor de edad, pero hijo de una familia de cierta posición económica le aplicamos una sanción de 100 pesos de multa lo que provoco que un grupo intentara asaltar el Juzgado de Paz dizque para echar del pueblo al Fiscal, entre mi pata e´mulo y yo los disuadimos de ello, años después me contaron que los orificios de los disparos que hice en el tribunal permanecieron por mucho tiempo.
Fuera de la rifa de aguante, las riñas entre mujeres más a menudo que entre hombres, juegos de azar y quejas por cuestiones alimenticias de menores, Arenoso era una comunidad apacible, que discurría entre la bullanguería, el ruido, el alcohol y los cachivaches –antigua denominación de la bachata—pero saque como experiencia una actitud para el trato con la gente, la experiencia de aprender a hurgar en Código Penal y, sobre todo, el convencimiento propio de que yo era penalista por encima de todo.
En algún momento de mi carrera he tenido que ejercer el área civil, de tierra y hasta laboral, pero para ello tengo la misma explicación que diera el poeta español Pedro Mata refiriéndose a su condición de poeta y ejercicio de la prosa “en el letargo de mi reposo augusto, mantengo indemne mi ilusión florida, machaco prosas por ganar la vida y esculpo versos para darme gusto” Con ello dejo sentada mi confesión: A mí me corre el Código Penal por las venas.
Para mí, que mis raíces familiares por parte de madre estaban allí fue placentero y muy grato aquello, pero más aún por el hecho de sentirse uno jefe, me engancharon un viejo revolver enriquillo calibre 38, de los llamados “pata e´mulo” que cuando tenía suerte y lograba dispararlo era necesario hundirlo en un balde de agua para que enfriara, aquello era sumamente cómico pero, como ustedes comprenderán, me limitaba la capacidad de fuego, estando en Castillo como Fiscalizador, se presentó una vacante en Arenoso y hasta allí fui a parar con mis huesos y mi “pata e´mulo”.
Permanecí un año renunciando luego para dedicarme al ejerció después de recibirme definitivamente de abogado.
La experiencia de Arenoso fue aleccionadora, fue allí que comencé a desarrollar mi sentido de la persecución y la investigación y comprobé en el campo de la experiencia que yo era un persecutor, o sea, allí me di cuenta que yo era Fiscal. Las anécdotas y los momentos de tensión fueron muchos, lo primero es que yo sustituía a un señor que era un dirigente político Cirilo Frías y este el día que fui a tomar posesión me armó una turba que no dejo que yo asumiera la posición hasta que el impasse lo resolvió el Procurador de la Corte políticamente también.
El Juez de Paz con que trabaje era Francisco Mezcaín, quien además de Juez era constructor y vendedor de tanques de melaza, o sea que cuando en el lugar se instalaba un tanque para melaza, no había actividad judicial en Arenoso. Recuerdo que cuando el “magistrado” Juez tenía apuros por ir a llevar un tanque a otro pueblo o instalarlo llegaba diciéndome “me tengo que ir, búsqueme los expedientes que los vamos a condenar aquí mismo”; algunas veces debía enfrentarme con grupos que protestaban por una multa que para ellos resultaba excesiva, recuerdo que un joven, menor de edad, pero hijo de una familia de cierta posición económica le aplicamos una sanción de 100 pesos de multa lo que provoco que un grupo intentara asaltar el Juzgado de Paz dizque para echar del pueblo al Fiscal, entre mi pata e´mulo y yo los disuadimos de ello, años después me contaron que los orificios de los disparos que hice en el tribunal permanecieron por mucho tiempo.
Fuera de la rifa de aguante, las riñas entre mujeres más a menudo que entre hombres, juegos de azar y quejas por cuestiones alimenticias de menores, Arenoso era una comunidad apacible, que discurría entre la bullanguería, el ruido, el alcohol y los cachivaches –antigua denominación de la bachata—pero saque como experiencia una actitud para el trato con la gente, la experiencia de aprender a hurgar en Código Penal y, sobre todo, el convencimiento propio de que yo era penalista por encima de todo.
En algún momento de mi carrera he tenido que ejercer el área civil, de tierra y hasta laboral, pero para ello tengo la misma explicación que diera el poeta español Pedro Mata refiriéndose a su condición de poeta y ejercicio de la prosa “en el letargo de mi reposo augusto, mantengo indemne mi ilusión florida, machaco prosas por ganar la vida y esculpo versos para darme gusto” Con ello dejo sentada mi confesión: A mí me corre el Código Penal por las venas.
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